(A D.P.P. en ausencia)
La muerte en el cristal de tu hermosura: un presagio de cera que conmueve creciendo ante mis ojos hasta siempre Buscaré entre los lirios del silencio azulada tu voz. Buscaré entre las luces de la nube que brillan a la altura de tu rostro: ¡Aquí estoy, me hago eterna inquiriendo tu hermosura de árbol seco¡ Tu muerte es un cristal de crisantemos que se quiebra en la luz de tu mirada, un lamento de hielo la atraviesa Buscaré entre los campos y los signos tu llama –estérilmente- que se oculta en el fondo del ojo de los tiempos. ¡Allí estoy, en el temblor del verde a través de los valles y los valles! Tu muerte es un calvario horizontal que guarda tu hermosura: la vertical del cielo te divide Buscaré por los siglos de los siglos en el umbral de fuego de la noche tu luz imperdurable en el bosque, en el signo o en la runa que anuncia tu presagio. Tu muerte en el cristal de tu hermosura es un óvalo de cera que conmueve creciendo ante mis ojos hasta nunca La voz no quiebra el cristal de desierto que traspasa tu boca: -la flecha del destino- ¡Manda tu voz: un grito que destierre la sombra de tus ojos! Tu muerte es un perfil anestesiado, una bóveda de fúnebres cristales en que se muere todo. Venezia Lesseps |
martes, 28 de octubre de 2008
In memoriam
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In memoriam
viernes, 1 de agosto de 2008
La casa vacía
Como se abraza un árbol a la vida cuando, engolfado, el vendaval arrecia, como el surco en barbecho permanece aguardando a la siembra sin un fruto, así tu sombra errante por la casa reclama de las horas adormidas el gozo del abrazo de los tuyos. Desierto en ti, con ademán de espera, en un trasunto ciego de la sangre remueves los objetos por el cuarto -para que tengan vida- dices. Es el oscuro rigor de la distancia, el dolor que se encastra en las paredes como el humo de un tiempo sin sentido. La tarde vela aún el robledal y la luz (sólo un rastro) que se asoma al telefono sordo, lentamente, conduce a los postigos de la noche con su mudez tan negra. Y te desatas, desnudo, entre la huera turbamulta a tomar posesión de tus fantasmas. Felipe Fuentes García |
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miércoles, 2 de julio de 2008
La lluvia de la celebración
Las hojas se reflejan en los ojos de los días de lluvia como una danza de líquenes hambrientos. No rozan el silencio de esa herida del pájaro silvestre ni esa viscosidad sobre los pantanales. Para los gozos, (para la oferta de la celebración, para el sediento día del cortejo) suenan en las corrientes los ecos de la fertilidad. Pero en mis muros duele el silencio como en los años de las adversidades. V La tormenta ha dejado pequeñas oquedades que brillan en la piedra, (lucernas diminutas para los días de los alumbramientos) un obsequio a la madre que entrega la piedad de sus hijos nonatos...: la guirnalda mas bella, los deseos del cuando, y el roce minutísimo de la contrariedad. Para los días de esta celebración pongo un altar con ramos de manos inmoladas. VIII Han brotado los líquenes y el ocre se apodera del pie de las estatuas. Con esa indiferencia de los desheredados marchan mis pasos por la diurnidad -por las altas veredas de la misericordia- por el alto sendero de los olmos que conduce a la ciénaga de la melancolía. Ya no será este año el año de la luz ni un tiempo para la felicidad. Junto a los límites de esa mansedumbre cruza la niebla más inoportuna II Oigo el tenue trabajo del rizoma que taladra la tierra, el anhelo disperso que sustenta la querella de la germinación. -La lucha temblorosa de la fragilidad- Sé que es la tierra, un pecio soterrado bajo un sediento mar de rascacielos. La mineralidad más ambiciosa en la liturgia de las solemnidades. En ella busco en vano el incierto presagio de la inmortalidad. XI (Las pequeñas palomas no anidan en los sauces ni en los cauces del viento porque el tiempo es un halcón desesperado en el que habita la verticalidad más perdurable) X Se hace inmortal el tiempo de la herida de las vírgenes negras cuando buscan a sus hijos perdidos, -una necesidad para la indecisión del útero no grávido-Como en los días de las inundaciones será su olvido una sábana blanca. Una coraza para la eternidad. XIII Al latir de la lluvia con un temblor de llanto nacen tibias estrellas sobre los humedales Pero el agua en la tierra se desliza por el desfiladero de ese tiempo que conduce a la liturgia de las catedrales. -Al eco tembloroso de las oscuras oquedades del destino- Al rito extinto de la transparencia. Como en este misterio de la arquitectura busco en las fuentes el motivo para la indagación de toda epifanía. -Recelosa, salgo al instante de la temeridad- XVIII A la arena la tormenta ha traído guijarros corroídos, delantales de niña y cadáveres de pájaros extintos (oscuros sedimentos de civilización) : el dolor de la plétora imprevista, los deshechos del tiempo de bonanza como presagio inútil hacia el hallazgo de mi resignación. XXI La correría ociosa de los manantiales no se estanca en los puentes ni en la ambición del bosque. Con el murmullo de la desolación una serpiente blanca corre el paisaje como una vena o llanto. -Es el tiempo que fluye como esa indecisión de los desesperados- Para la ceremonia de mi angustia su luz brilla en la noche como en un mirlo negro. XXX Después el tiempo cruje como un armario viejo. Con la temeridad de las solemnidades surgen grutas en grietas imposibles en el grito de la celebración. Porque es el tiempo un tronco deshojado del árbol de la vida, un alarde infecundo que se adentra en esa impunidad de lo imprevisto. Un toro con la sangre vertida sobre los arenales de un imposible ruedo que lidian los presagios. Una oración prendida en sus cantiles que destila perdón, misericordia, o llanto. También el hombre necesita piedad. Venezia |
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La lluvia de la celebración
Oración para una madre
Gracias diosa mía, por sentirte. Gracias por no haberme creado como a los demás: insensibles, tozudos, ostentosos asexuados e ignorantes como perros. Gracias por haberme formado a tu imagen y semejanza. Odio a Wolfe y a Carver madre, lo juro. seguí tus enseñanzas. Las seguí, lo juro odio a Wolfe y a Bukowski. Por qué me rechazas entonces, madre. Madre, te amo. Te amo, madre. Ya somos una muchedumbre. ¡Me cuesta tanto olvidarte¡ “Allo, allo maman, bobo, maman comment tu m´a fait j´suis pas belle »* Madre, viví en Clitemnestra y ahora soy Orestes, madre. No puedo olvidarte, olvidé quien soy, Madre, por qué me creaste así. Somos muchedumbre los paridos por tu útero bendecido. Madre, soy así. Lo intento, madre. ¡Pero me cuesta tanto olvidarte¡ Venezia Lesseps |
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sábado, 21 de junio de 2008
lunes, 25 de febrero de 2008
...et si tu n'existais pas...
Et si tu n'existais pas, dis-moi pourquoi j'existerais. Pour traîner dans un monde sans toi sans espoir et sans regret? Et si tu n'existais pas, j'essaierais d'inventer l'amour, comme un peintre qui voit sous ses doigts naître les couleurs du jour et qui n'en revient pas. Et si tu n'existais pas, dis-moi pour qui j'existerais. Des passantes endormies dans mes bras que je n'aimerais jamais ? Et si tu n'existais pas, je ne serais qu'un point de plus dans ce monde qui vient et qui va, je me sentirais perdu, j'aurais besoin de toi. Et si tu n'existais pas, dis-moi comment j'existerais. Je pourrais faire semblant d'être moi mais je ne serais pas vrai. Et si tu n'existais pas, je crois que je l'aurais trouvé, le secret de la vie, le pourquoi, simplement pour te créer et pour te regarder. Joe Dassin |
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miércoles, 23 de enero de 2008
Fábula del caballo alado.
Dedicado a la niña Marie Auchamp “Dicen que murió un caballo…” Blanca Andreu. No conoció jinete. Cuentan que nunca supo volver a sus rehalas y que sentía pánico en las furtivas salas de la noche y el viento ondulaba sus crines cuando en la amanecida rugían los clarines del viento y la tormenta. Que era como un juglar, y que había brotado desde el fondo del mar y en las noches de mayo llenaba los bajíos para bañar su cuerpo en los mares vacíos de la noche y su cuerpo era dorado y blando, eran su hermosa testa y sus crines volando como una estatua clásica, como estampa latina una estatua de armiño de una blancura equina y dulce. Y que a veces bebía de las fuentes en los meses de mayo un fuerte vino verde y oscuro como sangre verde. Y caminaba por los acantilados para encontrar el mar. Y que aprendió a volar. Dicen que tuvo alas una vez, que batía, el viento con sus alas nocturnas y secaba con sus ojos de fuego -negros sus ojos en los que transitaba un ruego- toda su lágrima en las noches de luna llena. Gemía soledades enhebradas de penas y en las noches de viento rojo y bronco llevaba sus gemidos al viento porque solo añoraba la vida, y perseguía regresar a su hogar. Y con sus alas blancas atravesaba el mar de los álamos, muy por encima de los bosques más allá del añil. Y en la plata del cielo sufría su infortunio cuando la luna oculta llora su plenilunio. Y una noche de Abril ya no lo vieron más. Y dicen que quizás en su crines blanquísimas hoy lucen las estrellas salpicadas y tibias y que dejó su estela de polvo nacarado en la tierra, al ocaso -blanquísimo su cuerpo como alma de pegaso- en las noches de abril brillando sobre el mar. Venezia 2005 |
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Fábula del caballo alado
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